Lo que otras generaciones rechazaban vehementemente por múltiples factores de riesgo, hoy se practica casi sin medida, e inclusive se celebra, sin contemplar los impactos negativos que afectan las principales instituciones, y por supuesto, sin vislumbrar los terribles efectos negativos a nivel generacional.
Todo divorcio resulta doloroso, pero más traumático es cuando la pareja tiene hijos. Las cargas se desequilibran en todo sentido, a uno casi siempre le toca la parte esforzada y detallada de la crianza diaria, al otro, la parte de administrar sabiamente hasta el último segundo, de las pocas horas que tiene para compartir con su hijo. Mientras ambos están en ese maratón, se dan cuenta que los gastos en lugar de minimizarse, se aumentan, que los ingresos en lugar de sobrar, apenas si alcanzan, y que el tiempo en lugar de disfrutarse, apenas se logra degustar.
Las consecuencias del divorcio para los hijos son demasiadas, los niños son afectados en todo sentido, a nivel personal, se sienten menos competentes, se altera su autoestima, su autoconfianza, se desdibuja su sentido de vida y propósito, se altera su fe y sus creencias, se sienten frustrados, culpables e irascibles, a largo plazo aumenta probabilidad de conductas delictivas y de adicciones, se incrementan los conflictos de identidad sexual, crece una probabilidad de iniciación sexual prematura, a nivel escolar, se altera su desempeño académico, se afecta su competencia social frente a sus amigos y pares, a nivel social, pueden adoptar métodos destructivos para el manejo de conflictos. Ante el divorcio de sus padres, los hijos perciben alteraciones en sus relaciones con sus padres, se disminuye el nivel de confianza de los hijos hacia sus progenitores, y también, se disminuye gradualmente el tiempo y la calidad del contacto con los padres.
Algunos estudios indican que ciertos trastornos emocionales, mentales y conductuales de los niños, jóvenes y hasta adultos, tienen como factor causal el divorcio de sus padres, es más, el divorcio puede llegar a perpetuarse y replicarse a futuro como patrón generacional. Por todo esto, es muy importante que los padres comprendan que su separación fue conyugal, no parental, es decir, quien se divorcia es la pareja esposo y esposa, no se divorcia el padre o la madre de su hijo. Los pactos generados en el acta de divorcio con respecto a los hijos, deben estipular la garantía de satisfacción de necesidades físicas, materiales, educativas y culturales, pero también deben incluir directamente, las necesidades afectivas y emocionales determinadas por el vínculo, la compañía, el tiempo, los canales de comunicación, y el permanente apoyo que cada padre debe y que tiene que dar a su hijo. Desafortunadamente para algunos niños luego del divorcio de sus padres, el poco o nulo apoyo emocional por parte de los adultos es un factor de riesgo que tienen que experimentar y que obviamente no saben cómo remediarlo.
El divorcio, aunque afecta a los hijos, no es responsabilidad de ellos, se debe orientar si es necesario de manera terapéutica a los niños sobre tal determinación, los padres en conjunto deben comunicar sabia y prudentemente dicha decisión, asegurándose de responsabilizarse por ello, pues cuando no se asume esta responsabilidad o se culpa al otro, los niños si la toman y la asumen llenándose de falso remordimiento y condenación.
Luego del divorcio, lo nuevo en casa para el niño es asimilar que un padre no está y el otro sí. La dinámica de la convivencia cambia, y poco a poco el niño se va re-adaptando de acuerdo al manejo que ambos padres le den. Sin embargo, cuando los padres no hablan con antelación, cuando no respetan los acuerdos, cuando no resuelven su propio duelo, cuando no hacen procesos de perdón, cuando no tienen filtro y una adecuada canalización emocional, o, cuando la familia extensa se involucra demasiado, inevitablemente los hijos se ven afectados, y se alteran completamente sus pautas de crianza en el manejo de la disciplina, de la normatividad, de la comunicación, de los límites, de la autoridad frente al niño, y claramente también, de la afectividad.
Para el padre que sale de casa, resulta muy difícil su nueva situación. Ya no ve a su hijo a diario, aunque quizás antes tampoco lo hacía, pero sabía que estaba en el mismo espacio. El fin de semana o el día que tiene para verlo, hay quien decide ser el padre o madre “bueno” que su hijo no tenía antes, algunos cometen el error de no disciplinar, no enseñar límites, y no corregir por miedo a reproches de parte de su hijo, otros, tratando de resarcir su afectividad, realizan actividades que saben son demasiado atrayentes para sus hijos, como ir todo el día a los juegos de video, o, ir de compras para desocupar el almacén de juguetes.
De alguna manera intentan reemplazar el dolor intangible que su hijo está sintiendo, por el “placer” tangible que su hijo pueda estar tocando, en lugar de tomarse unos minutos para reflexionar, respecto a la nueva situación, exponer sus sentimientos, consolarse mutuamente, y desarrollar una relación sustentada en heridas sanas y acuerdos funcionales. El niño que, en lugar de ser afianzado en normas, hábitos, virtudes, es estimulado en permisividad, sobre-compensación de regalos, y libertinaje, en lugar de convertirse en un niño seguro, se convierte en un niño manipulador, inseguro y desconfiado del amor de sus padres.
Para el padre que queda en casa, resulta muy difícil su nueva situación. Siente que la crianza de su hijo no siempre es una ligera carga, sino lo contrario, y aunque no cambian mucho los hábitos y horarios, siente recarga de responsabilidad y estrés. Se da cuenta que como comparte más tiempo con su hijo, debe dar ejemplo de normatividad y se afianza en su papel de autoridad, en ocasiones en exceso, en ocasiones de forma exagerada o dramática.
El padre o madre que no quería la separación o el que queda en casa, generalmente es el que asiste primeramente a consulta de psicología. Se ve cuestionado ante el orden que quiere legalizar en casa, se ve afectado por los comentarios que su hijo le hace sobre lo dicho por su otro padre, se siente sensible ante los comentarios de la ex familia política y hasta la propia familia extensa, se siente cansado por su nuevo rol, y, además, algunos se dan cuenta que su corazón al igual quizás, que el de su ex, todavía sangra sutilmente, por su pasado, aunque lo trate de disimular.
Cuando la pareja no establece acuerdos de respeto a la normatividad, a la autoridad, a la disciplina y hasta a la afectividad, más temprano que tarde, vuelven a surgir roces en la nueva relación de separados. Hay algunos padres detectives, que, fomentando la deslealtad, intentan indagar en sus hijos, detalles sobre su ex, hasta se justifican realizando preguntas capciosas, que el niño en su momento no entiende pero que responde con toda ingenuidad. Otros padres, son muy descuidados en sus comentarios y en presencia del hijo, manifiestan sus pensamientos y sentimientos frustrados llenos de odio, rencor, rabia, junto con deseos de venganza, afectando el prestigio del ex frente a su hijo.
Lamentablemente también existen algunos padres que, en lugar de establecer un canal abierto de comunicación, lo cierran, generalmente por irrespeto de uno o ambos o por heridas profundas no sanadas. Este impedimento hace que tomen al niño como mensajero del uno hacia el otro, en lugar de utilizar medios de comunicación escritos y privados, prefieren abrumar al niño con comunicados sarcásticos, peyorativos, y hasta insultantes, dejando latente su inmadurez frente al pequeño, y lo peor su mal ejemplo de resolución de conflictos. La situación extrema la viven aquellos que sepultaron en vida al ex cónyuge, y no se cruzan ni siquiera palabras monosilábicas entre sí.
Algunos estudios indican que el aumento del estrés en los padres, altera la calidad de su ejercicio paterno y materno frente a los niños, en algunos casos transmitiéndoles inseguridad, miedo, enojo e irascibilidad. Cuando los padres están estresados y agotados, existe una alta probabilidad de aumento de castigos, de conductas sobreprotectoras y permisividad, de conductas negligentes frente a la crianza y de una marcada alteración negativa en la expresión de cariño.
La separación y el divorcio son situaciones que no dejan de ser lamentables, pero más lamentable es que hay algunos separados y divorciados, que se olvidan que sus hijos inicialmente, nunca soñaron con verlos así, en algún momento pensaron que tenían derecho a crecer en un hogar funcional, y por razones no relacionadas con ellos, ahora deben crecer en un hogar con padres separados. No es casualidad que después del divorcio o la separación, a los 6, 12 o 18 meses, lleguen a consulta niños remitidos por agresividad, rebeldía, inatención, impulsividad, bajo desempeño académico, entre otras cosas, son en su mayoría, niños cuyos padres no han resuelto sus relaciones pese a la distancia, pues de hecho, nunca se trató de distancia, sino de un correcto acercamiento para comunicarse, perdonarse, respetarse y amarse, y aunque el amarse ya no se quiera, las tres primeras siguen siendo imprescindibles para todos.
Así que te animo a mantener tu vínculo con tu pareja e ir con toda para defender la unidad de tu familia, sin embargo, si ya tomaste la decisión de divorcio o ya lo estás, recuerda la importancia de ser el mejor modelo de madurez para tus hijos y ser el mayor ejemplo de prudencia, paz y felicidad para ellos. Eres responsable de educar asertivamente a tus hijos llevando una relación con tu ex sin discordia y con mucho respeto. Mira a tus hijos, y por amor a ellos, resuelve el rechazo, la traición, la mentira, el abandono, por amor a tus hijos supera el fracaso, por amor a tus hijos conviértete en el más valiente o la más valiente persona que se determina a darle el mejor ejemplo y la mejor crianza a esa hijito o hijita que tiene el derecho de crecer sin miedo, sin abandono, sin negligencia, sin rechazo, y sin odio, porque a pesar de la separación, aún sigues teniendo el poder de criarlo sabiamente.
Si requieres orientación al respecto, no dudes en contactarme.
(Tomado del libro “Los problemas de los padres de hoy”).